Recuerdo que cuando estalló esto de la crisis en 2007,  pensé «que sería bueno» para el sector publicitario. La calidad de los anuncios estaba decayendo y pensé (oh, pobre iluso) que en tiempos «de escasez» se apostaría por agudizar el ingenio. Al fin y al cabo, sólo hay que ver el salto cualitativo a nivel publicitario que dio Argentina hace 12 años con «su crisis». Pues bien… ¡uauauauaaaaah!. Decepción. Nada de eso. Más bien, todo lo contrario. Antes me gustaba ver los bloques de anuncios más que las películas o las series. Recuerdo con «nostalgia» las peleas entre Audi y BMW, la irreverencia de Renault, las campañas de la O.N.C.E, de IKEA… Ahora, si tuviera que encender la tele (cosa que no hago) prefiero ver Gran Hermano entero y su correspondiente tertulia antes que un bloque. Siempre he dicho que para hacer un buen anuncio tienen que coincidir en el espacio-tiempo muchos factores: un buen cliente, una buena idea, una buena marca, un buen presupuesto y que no pase la señora de la limpieza en el momento post-aprobación a modo de «torture test». El caso es que en los tiempos que corren, cuando más ingeniosos, creativos, ocurrentes y poco correctos deberíamos ser… va y nos inunda el miedo. De los anuncios y las historias creativas no sólo hemos pasado a la información pura y dura sino, al esperpento y a la pandereta. Se da el caso de que vas con toda tu ilusión a presentar una idea y te encuentras con un «mini-brand-manager-junior-adjunto» que no es que no entienda lo que le estás contanto… es que no hace el esfuerzo por entenderlo. Le pueden los miedos. Le preocupa ser correcto o no de cara a la empresa. Sólo piensa en si lo que le estás contanto se lo puede contar a su jefe sin que le mire mal. En si le gustará o no (Error garrafal Nº1: si decides o haces tu trabajo pensando en lo que le va a gustar a tu superior no sólo no vas a acertar sino que además de hacer una mierda, no podrás defenderlo porque ni tú mismo creerás en ello) El interlocutor/mensajero que tienes delante de ti, no piensa en si eso es lo mejor para su producto o marca. En si le gustará a sus clientes/consumidores… ¿Para qué?

Estamos en un estado de encefalocreatividad-plana.

No arriesgamos, no entretenemos, no llamamos la atención… Por eso no le podemos pedir a los consumidores que «nos quieran». Que sigan a nuestras marcas. ¿Un like en Facebook? ¿Por qué te lo van a dar? ¿En base a qué se piensa que una pareja que está viendo tranquilamente su película va a tragarse un bloque de 15 minutos de anuncios que no emocionan, que no transmiten, que no se te quedan en la cabeza…? ¿Por qué un cliente piensa que a sus consumidores les interesa que su empresa tiene 30 años de experiencia en el sector, la que mejor calidad ofrece, la que tiene empleados más cualificados… y al mejor precio? ¿Qué tipo de mensaje diferencial es ese? ¿Les importa a ellos ese tipo de argumentos cuando son espectadores y se exponen a los anuncios/vídeos/gráficas de otra empresa ajena a su sector que les cuenta ese tipo de «vaciedades»?

Cuando la publicidad (dentro de lo intrusiva que ya es) se deja llevar por el miedo y pierde el valor que después de varias décadas había conseguido (vender un producto/marca de una forma ingeniosa y llamativa), no sólo deja de ser «medianamente interesante», sino que además, se convierte en un auténtico coñazo que no sólo no consigue sus objetivos, sino que además y en mi opinión, debería de penalizar en ventas.

¿Me castigas con tus mensajes para idiotas? Pues no me gustas, no te compro y no te quiero.

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